Cosmopolitismo contra la crisis
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Cosmopolitismo contra la crisis


¿Podemos fiarnos de esta gente? No.
¿Qué gente? Los políticos y los financieros, responsables ambos de la crisis actual.
¿Por qué? Porque son dos castas alejadas de la vida real.

Los amos del universo se criaron a los pechos del monetarismo de los Chicago boys y el orgullo intelectual de Milton Friedman. Aprendieron que los números podían existir más allá de la economía real, en las finanzas de la codicia, y convirtieron los derivativos en un sofisticado sistema matemático de distribución del riesgo en la convicción de que la crisis no asomaría. Y si lo hacía el nivel de hiperapalancamiento la detendría.
Pero no ha sido así.
La ficción de la economía de la especulación ha caído y se ha llevado por delante la economía real mientras los bolsillos de los amos del universo se llenan con sus millonarios despidos y cláusulas contractuales.
Durante demasiado tiempo las autoridades regulatorias, los consejos de administración y las juntas de accionistas hacían la vista gorda. ¿A quién le importa? Todos ganaban en los fabulosos 90 y los primeros años del siglo.
Ganancias privatizadas, crisis pública: siempre, al final, nos quedará el estado a la procura del bien común inevitablemente maltrecho con el déficit crediticio. Nos vemos el próximo ciclo, firman bajo su nombre en la hoja de despido.

Los políticos son otra casta absolutamente alejada de la cotidianeidad de la vida real. En una mayoría de países viven encerrados en su torre de marfil, en esa carrera sin riesgos hecha dentro de los partidos, sufragados por las subvenciones y los cargos públicos. Políticos a sueldo de sí mismos encantados con mantener una ficción de administración contenta de no ser responsable de casi nada y abarrotar los medios de reuniones y declaraciones cuando las cosas se ponen difíciles.
Los políticos, como la crisis, son nacionales. La riqueza y la especulación es global. Cuando todo va bien la globalización es la bendición que permite al poder y a las finanzas ser líquidas y asentar su poder más allá de los gobiernos y las instituciones internacionales (formadas por gobiernos y sus representantes).

Pistas:
1. Esta no es una crisis del capitalismo productivo, sino de una desbocada economía financiera cuyo producto, los derivativos, crecieron en tamaño y riesgo mucho más allá de lo probabilístico y lo real (el cuarto cuadrante de Nassim Nicholas Taleb). Todos hablan ya de refundación del capitalismo.
¿No deberíamos ir más allá?

2. La globalización sólo existe en la riqueza: la pobreza es local. La globalización está en el origen de la misma crisis. Sin la subvención de las economías emergentes a la deuda y los mercados de capitales norteamericanos, la crisis actual no hubiera sido posible. El crecimiento económico mundial y el boom del consumo tanto en los países ricos como en los emergentes podía con todo. Cuando la crisis aprieta todos vuelven a recogerse en el manto del estado nacional.

3. La crisis internacional se nacionaliza. Cuando los mercados explotan sufren las economías de cada país. Los planes de rescate y las subvenciones son nacionales; el paro, también. La riqueza de los commodities se mide en los mercados globales, su caída se apega a la tierra donde se producen y los trabajadores locales. Son los estados quienes están obligados a tomar medidas con sus antiguas armas nacionales en la era de la internacionalización.

4. El fracaso de los organismos internacionales. ¿Dónde estaban? ¿Y sus análisis? ¿Por qué tantas exigencias a los países para adecuarse a todo tipo de parámetros económicos, presupuestarios, financieros, etc. mientras muchas empresas y los amos del universo financiero campaban a sus anchas? Las admoniciones sobre lo que nos espera y cómo debemos ayudar a levantar el sistema recuerdan que el capitalismo del desastre tiene en su interior las píldoras amargas para curar sus propias enfermedades. Pagan los ciudadanos, como siempre.

5. Estanflación de la innovación. La toxicidad del sistema financiero afectará a los grandes desafíos inaplazables para el mundo: la revolución tecnológica, la revolución ecológica y la revolución energética. La sociedad del miedo renace contra la apertura y los riesgos necesarios para afrontar un cambio de paradigma como el que la sociedad postindustrial y de la información necesita. Es necesario innovar, pero el estallido del riesgo financiero reduce el crédito monetario y moral. La respuesta es obsoleta: salvar productos tóxicos con dinero público (como Estados Unidos), aumentar el precio del petróleo cuando empezaba a bajar por la corrección de la economía real (el cártel de la OPEP siempre ayundándose a sí mismo).

6. La izquierda desaparecida. La crisis atrapa a la izquierda desarmada. Primero, por la falta de ideas y coraje de la izquierda institucional los últimos años, pero también porque ha sido incapaz de encontrar una alternativa al estado del bienestar cuando el margen y el poder del estado es mínimo. La democracia tal como hoy se practica es sólo una forma de perpetuar el poder, como critica J.M. Coetzee. Pero como ha dicho esta semana en Barcelona, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a hacer sacrificios? y ¿quiénes somos nosotros, el corpus político, la sociedad de la teoría política clásica donde la solidaridad se manifiesta?

No estoy seguro de que la respuesta esté en la política, como pide Josep Ramoneda desde hace tiempo. No en la actual, al menos. El poder económico ha sido el amo del universo los últimos años y la política ha quedado maltrecha y deslegitimada. ¿Dónde están las ideas de futuro en los parlamentos y los gobiernos?
Quizá la superación de la crisis -coyuntural y sistémica- pueda empezar a atisbarse con algunas proposiciones afirmativas:
1. Salvar la economía productiva, no el capitalismo.
2. Sustituir la globalización por un cosmopolitismo real (Ulrich Beck) donde el pensamiento y la acción global no se despegue de lo concreto y supere la posmodernidad.
3. El futuro es de todos: el cosmopolitismo existe en el ámbito internacional, en la inmigración, dentro de cada sociedad plural e interracial. El compromiso debe ser universal. Ni G-8, ni G-20. El bienestar es común, no nacional.
4. La sociedad de la información debe desarrollar nuevos sistemas y procesos abiertos y transparentes de participación política, económica y social más allá de la esclerosis de lo institucional.
5. Innovar es una necesidad para sostener el planeta y a la humanidad.
6. Menos partidismo e irresponsabilidad: necesitamos una política de lo concreto donde se entienda que la dignidad y la riqueza de una sociedad es igual a la del más desfavorecido de sus miembros.
7. Universo de ciudadanos, no de súbditos ni de votantes. Y mucho menos de masas.




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