Fin del secuestro. El propio presidente del Gobierno se apresuró a comunicarlo tras 47 días de pesadilla. Ahora toca reflexionar. Pero no sólo al Ejecutivo. También a la oposición y a muchos medios de comunicación. En foros, páginas y encuestas de internet se vuelve a leer una oleada de críticas contra el periodismo y su papel en este suceso. No extraña. Una sociedad que ha vivido secuestros terroristas con entereza y ha compartido el dolor de las familias no es inmune a la banalización del espectáculo y su manipulación política.
Los editores de diarios colombianos se reunieron un día y decidieron una regla para afrontar la pesadilla de los secuestros de guerrilla y paramilitares: "Anteponer la vida de cualquier persona a cualquier primicia". Evitar el daño sin desinformar. La misma recomendación de los principales códigos éticos de periodismo. El de la BBC, una de las referencias, es claro: "Mantener el control de lo publicamos". No plegarse al secuestro de la información por los raptores, evitar el aumento de la presión de su violencia. Y especialmente, ni publicar ni emitir conversaciones o mensajes de los captores o sus víctimas sin analizar sus consecuencias.
A The New York Times le costó una barbaridad que la Wikipedia no informase del secuestro de su reportero David Rodhe en Afganistán. "Tío –dijo el fundador de la enciclopedia, Jimmy Wales, a uno de los empeñados en publicarlo antes de la liberación-, para y piensa un poco". El argumento de la razón: atemperar la urgencia de la desesperación para no dejar que los criminales manden. Los editores de la Wikipedia lo entendieron.
José Cendón, fotógrafo español secuestrado hace unos meses en Somalia, se ha cansado de repetir a todos los que le preguntaban: quieren el dinero, no colaboremos en aumentar el precio. Muchos deben reflexionar y pensar si eran necesarias tantas llamadas que los rehenes no querían contestar, explotar el dolor de las familias, especular con soluciones… Secuestrar a la opinión pública.
Columna en los medios de Vocento