La política del desencanto
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La política del desencanto


Los ciudadanos suspenden a toda la clase política. Ni uno sólo de los líderes políticos aprueba en la última encuesta del CIS. El presidente Rajoy sufre el desgaste de los recortes y de su silencio: baja siete décimas hasta 3,84 puntos, por debajo de Rosa Díez (4,47) y de Rubalcaba (4,11). Ni un aprobado para los ministros y la descalificación de su política por el 48,3%, que tampoco aprueba a la oposición y considera fracasada la reciente huelga general.
El hastío de una política que no funciona para superar los problemas ciudadanos amenaza con la pasividad a pesar del ruido en internet y las redes sociales cuando ya se prepara el #12M.
Pero una nueva brecha política aparece. Mientras crece la indignación contra los gobiernos por la gestión de la crisis y cae el voto para los partidos mayoritarios, una gran parte de los ciudadanos se alejan cada vez más de la participación política activa. Resultado: el crecimiento de movimientos y opciones de protesta, como acaba de suceder en Grecia, Francia o Italia, pero también el alejamiento de la información y el compromiso político.
Menos de una cuarta parte de los encuestados por el CIS han participado en manifestaciones, actos políticos, huelgas o recogidas de firmas. La política se hace privada y se comenta entre amigos y familiares (más de la mitad de las respuestas), un indicativo de que esa participación puede aumentar en la privacidad publicada de las redes sociales, pero el compromiso y el activismo de los ciudadanos es bajo.
Cae incluso el interés por la información política. A pesar de la movilización y la discusión en internet contra los recortes del gobierno, la reforma laboral (rechazada por el 32,8% de los encuestados), sólo un 6,5% se declara participativo en sitios políticos en internet. Una tendencia de abandono de la información política que se aprecia en los dos últimos años.
Una nueva brecha digital se abre entre una ciberciudadanía muy activa y crítica en internet y el resto de sus paisanos. Quizá sea el exceso de activismo del clic, pero las ideas y movilizaciones digitales no parecen calar en la mayoría de la población.
Los partidos son sordos a la política de las redes. Sólo la escuchan cuando refuerzan su propaganda. Una parte de la ciudadanía, parece que también. Quizá la impugnación de la democracia formal y las instituciones del activismo digital acecha también a una mayoría de los ciudadanos, atrapados en esa política del miedo que atrapa a muchos en la pasividad.
Romper esa brecha es un objetivo clave de la nueva política porque como en otros ámbitos existe un excedente democrático y político en las redes que no se está aprovechando. Hay mucha gente, muchas ideas y mucha acción que debería convertirse en más que un clic, un like o un tuiteo.

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