Por la paz, divididos
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Por la paz, divididos


Miles de personas salieron ayer a la calle (esta vez sin guerra de cifras) en Madrid, Bilbao y otras ciudades. Frente a las manipulaciones, la política cainita, los intereses inconfesables y la manipulación de las víctimas, los ciudadanos sabían dónde y para qué estaban.
Con las víctimas, por la paz, contra el terrorismo.
Ni ambigüedad, ni rendición, ni derrota, ni falta de esperanza, ni ninguna de las acusaciones de algunos.
No hubo consignas políticas. Sólo un grito unánime contra la violencia, por la esperanza y con los muertos, especialmente necesario ahora que la tragedia alcanza a los nuevos españoles.
Faltaron muchos.
La Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), el Foro Ermua, el Partido Popular y, en Bilbao, como siempre a la hora de la verdad, quienes sustentan a los terroristas y sólo entienden la paz de los muertos.
Faltaron los responsables públicos -sean del partido que sean- que han estado en tantas manifestaciones contra los terroristas.
Faltaron los obispos y su eterno doble discurso. Con su propia disensión interna entre los de la unidad sagrada de España y los otros. Ellos, siempre quejosos de que los nuevos españoles venidos de fuera se sienten más arropados por otras iglesias y credos, no supieron estar ayer con los colectivos de inmigrantes.
Faltaron esos intelectuales, periodistas y columnistas de presa tan ocupados en desgañitarse en tantas tertulias con espadas melladas en renglones furiosos.
Faltó una cobertura adecuada en radios y televisiones arrumbadas en el fútbol y los rellenos de sábado por la tarde.
Sobró la grotesca manipulación de Telemadrid, televisión de partido, empeñada en convertir la marcha por la paz en protesta contra el PP.

La bomba de ETA ahonda una división histórica y acentuada desde el 11-M. Sus daños son devastadores:
acaba con el proceso de paz impulsado por el presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y erosiona su credibilidad;
profundiza una división política sobre la lucha antiterrorista como ya no se recordaba,
y quiebra la unidad con las víctimas por las sospechas partidistas más allá del dolor.
El Partido Popular ha estado en contra del intento de alcanzar la paz desde el día del alto el fuego. A la vigilancia del gobierno y la defensa de las posiciones políticas ha sumado una manipulación grosera e insoportable.
Cada acusación de capitulación del PP ha sido negada por los terroristas con sus demandas.
En medio, el gobierno, acusado por el PP de dar demasiado y por los terroristas y sus secuaces de no plegarse a nada.
Atónitos, muchos ciudadanos. Unos más esperanzados y otros más recelosos desde el anuncio del alto el fuego. Todos, sin dudar en la voluntad de paz y firmes en la defensa de la democracia. Todos, contentos de cada día sin llorar nuevas víctimas.

La realidad es un enorme fracaso.
Otra vez los muertos, las bombas y el fin de la unión contra el terrorismo.
Las palabras del presidente del gobierno poco antes del atentado de Barajas confirmando la mejoría de la situación son ya sólo un sarcasmo. La mayoría espera menos accidentes verbales, menos mensajes confusos y una posición y liderazgo firme.
Con este PP parece imposible el entendimiento. Está demasiado atento a sí mismo, errante desde la pérdida de un poder que creía asegurado. Se atrinchera en una parte de la sociedad y aleja inevitablemente a muchos otros.
No estuvo con los ciudadanos tras una polémica estéril. Hasta algunos de sus medios de cabecera dan cuenta del error ("El PP hubiera hecho un ejercicio de coherencia y responsabilidad acudiendo a la marcha". Editorial de El Mundo).
Algunas asociaciones de víctimas han ido más allá de lo que su condición legitima y demanda. Todos los españoles demócratas estaban con ellas, siempre y sin fisuras. Ahora es necesario separar claramente sus derechos y condición de las posiciones políticas de quienes las representan.


Pero la esperanza no se pierde.
Los ciudadanos mantienen su demanda: paz y libertad.
El gobierno, el actual y todos, sigue obligado a acabar con el terrorismo.
La decisión democrática es la única que definirá el futuro del País Vasco.
Los ciudadanos siempre apoyarán a las víctimas de ETA, sin distingos de origen, ideología y credo.
La división entre los partidos nacionales no debe ocultar la actitud de un PNV que no puede ni debe estar fuera de un pacto antiterrorista.
La mínima fisura en las posiciones de los sicarios del terror tiene que ser aprovechada con inteligencia para extirpar el tumor, aunque sea poco a poco.

Los ciudadanos han cumplido de nuevo. Muchos políticos, no. Algunos, como el lendakari Ibarretxe o la vicepresidenta Fernández de la Vega han comenzado a reconocerlo.
Los muertos no tienen más salvación que su recuerdo. La política y la paz, sí. A trabajar y a recomponer las posiciones: unidas contra ETA.
Los ciudadanos volvieron a hablar ayer.




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