Comunicación
¡Basta ya de política!
"Deje de escribir de política". Es el consejo de Al Gore a un columnista de The New York Times. El consejo de un político sin pasión por volver a luchar por el poder. Ocúpese de asuntos de interés real, dice el ex vicepresidente ahora volcado en la lucha contra el cambio climático.
Una crítica a un periodismo político excesivamente involucrado en batallas ideológicas, banderías y afinidades e intereses personales.
En Estados Unidos, en España y en el resto del mundo. Es la era de los columnistas de presa, de los medios con agenda propia y de las relaciones incestuosas entre los políticos y sus comentaristas.
En la vida pública falta información, sobra propaganda; falta investigación, sobran notas de prensa; falta contraste de los hechos, sobran dichos, y etc.
Por eso la opinión se ha impuesto sobre la información.
"La vida española nos obliga, queramos o no -decía Ortega-
a la acción política". Es obligado en democracia. Pero el filósofo alertaba:
"Cuando la política se entroniza en la conciencia y preside toda nuestra vida mental, se convierte en un morbo gravísimo".
Morbo de poder. Tendencia voraz a estar en el pastel y comerse un trozo si cabe. Todos somos activistas, según Ortega, pero ese ímpetu confunde política y periodismo a veces sin remedio y sin transparencia.
De la acción política al pasteleo.
Walter Lippmann, el columnista más poderoso que jamás haya existido, tenía tanto poder que algunos presidentes lo llamaron antes de tomar decisiones políticas. Y no para saber sólo cómo reaccionaría la prensa, sino para ver cómo reaccionaba él.
Años más tarde, Hugo Young, uno de los mejores periodistas británicos de la era posorwelliana, exigía a los columnistas
"más explicación que persuasión". Recordaba que el origen de todo está en la información y el trabajo de reporterismo. Por eso defendía la crónica, apegada al tiempo y a los hechos, sobre la columna, más condicionada por el escritor, como aclaraba González-Ruano.
Se escribe más cómodo en el café, en casa y en la redacción que en los pasillos del poder. Y ahora los pasillos están llenos de agentes de comunicación y relaciones públicas, propagandistas al servicio de políticos volcados a la imagen.
¿Y qué más da una columna o una información si tienes unos segundos de telediario?
La redundacia de la opinión y el furor por epatar más que el vecino de columna aburre. Mucho. Ojalá el periodismo político se despegue de los entrecomillados y los columnistas de sus sables de asalto bruñidos de componendas.
Hay vida más allá de la política de gestos. De hecho, más allá esta la cotidianeidad. A la que pocos prestan atención e inteligencia.
Necesitamos más
"scoops de la interpretación", como reclamaba Young, y menos florentinismo verbal y juegos en los salones de los pasos perdidos.
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