La televisión pública se hace responsable y quiere volver a la realidad. Es la principal obligación de su nuevo libro de estilo, un código donde se limita la pasión por el corazón tripero y se insta a los periodistas a no colaborar en la ficción de una política irresponsable y demagógica. Periodismo altavoz de una política parlanchina donde todo son declaraciones, sin preguntas en ruedas de prensa ideadas para lucir en los telediarios, con imágenes de partido, manipuladas. Con periodistas repetidores de los mensajes vacuos que aseguran su sueldo.
RTVE vuelve al diccionario y a la profesionalidad para recuperar el sentido del servicio público a falta de mejor definición en la Ley Audiovisual. Para la polémica queda la justificación de la mayor presencia del Gobierno en los telediarios por la incidencia de sus decisiones en la vida de todos. De los profesionales dependerá ofrecer una información que explique hechos en lugar de sancionar anuncios, promesas y declaraciones políticas.
La pregunta es cómo hemos llegado al absurdo de que criterios de programación de calidad, la mínima deontología de una radiotelevisión para todos, y periodismo -sólo periodismo, sin adjetivo- deban ser reafirmados en un código. ¿Dónde está la responsabilidad de los profesionales? ¿Dónde la visión de sus directivos? ¿Y el consejo de administración? Un comisariado político bien remunerado. Una canonjía.
El periodismo y los medios son un relato de la vida de la sociedad y los ciudadanos. El entretenimiento más chabacano y la pantalla confusa de la telerrealidad lo inundan todo. Pero el servicio público no debe correr tras los famosos para satisfacer un ojo viciado ni divulgar la propaganda política como verdad revelada.
Hemos tenido que esperar a una televisión pública sin publicidad para sanear sus criterios. Ojalá sea emulada por el telestado autonómico y por el resto de los medios.
Oír a la presentadora de Gran Hermano quejarse de la comercialización impúdica de la privacidad por su propia cadena ofende. Es la medida del vacío de la televisión. El público no merece tanta hipocresía.
Columna en los medios de Vocento