Comunicación


III Congreso de la Lengua: las ponencias (I)


Juan Luis Cebrián
Real Academia de la Lengua. Consejero delegado de Prisa. Ex director de El País.

El futuro del castellano en los Estados Unidos: o la asimilación progresiva por el inglés, o la instalación firme de un biculturalismo.
La población hispana es desde hace tiempo la primera minoría de los Estados Unidos, tiene un creciente poder electoral, y su identificación cultural resulta tan sólida que obliga a los candidatos presidenciales a expresarse, siquiera ocasionalmente, en español para demostrar su improbable solidaridad con ese colectivo humano. Hay cuarenta periódicos diarios, y más de trescientos semanarios, editados en castellano en ese país, amén de tres cadenas de televisión y miles de estaciones de radio.
El castellano es ya una lengua de comunicación internacional, empleada no solo en los ámbitos académicos o cultos, sino en la diplomacia y, en cierta medida, en los negocios. Pero el campo de la tecnología se nos resiste y es de temer que, dado el atraso en los terrenos de la investigación y el desarrollo de las naciones hispanohablantes, esta sea una situación que perdure en el tiempo. Por lo mismo, hay que potenciar el uso del español en la investigación científica y en la economía, propiciar traducciones adecuadas y uniformes de los nuevos términos de esas disciplinas y defenderse, como de la peste, de la invasión de barbarismos que están generando.
Por parecidas razones, la presencia de nuestro idioma en la red sigue siendo muy deficiente y no se corresponde con la expansión física y territorial que conoce. Lenguas cultas mucho menos extendidas, como el alemán o el francés, la superan en la clasificación del empleo de idiomas en Internet. Solo España, México y, en cierta medida, Argentina, logran conjurar esa realidad ominosa. En los Estados Unidos, el creciente bilingüismo de los hispanos permite que naveguen por Internet cómodamente en inglés.
La globalización misma es, sin embargo, una gran aliada en el proceso de extensión del castellano, que es ya una lengua verdaderamente planetaria y distingue cada vez menos entre español de Europa y español de América. La existencia de un diccionario, una ortografía y, muy pronto, una gramática común para todos los hispanohablantes, profundiza y estrecha la unidad de la lengua. Por lo demás ya sabemos que un fenómeno que acompaña crecientemente a los fenómenos globales es la eclosión de comunidades pequeñas, aun ínfimas, que encuentran en los avances tecnológicos su mejor aliado para hacerse notar. Esta convivencia de lo global con lo local, que ha dado en llamarse glocalización, permite integrar de forma natural la diversidad interna de los grandes idiomas.
la distinción tradicional entre español peninsular y español de América, está periclitada. El español es hoy, y desde hace mucho tiempo, fundamentalmente americano.
El castellano del siglo XXI será lo que Latinoamérica decida. La nueva posición internacional de España, su insólito crecimiento económico, su pujante democracia, su inmersión en la realidad europea, son oportunidades que debemos aprovechar todos cuantos creemos en la lengua como una patria común que rebasa fronteras y doctrinas.
La política lingüística en torno al español solo tendrá éxito si es una política panhispánica, en la que España puede jugar un papel coordinador o mediador entre iguales, pero nada más, y en la que los hablantes de Estados Unidos comienzan a adquirir un protagonismo hasta ahora inédito.
El Instituto Cervantes, aun amparado y financiado por el gobierno de Madrid, no puede ser una simple derivación del mismo. Debería constituirse en instrumento principal de todos cuantos tienen responsabilidades, en nuestros diferentes países, sobre la política lingüística.
El spanglish es, probablemente, el principal peligro al que se enfrenta la supervivencia del castellano en amplios sectores de los Estados Unidos. Resulta improbable que quienes hagan hoy uso indiscriminado de él elijan después, en su proyección vital, nuestro idioma y no el inglés como lengua de cultura.
La internacionalización del español precisa combinar la inevitable paradoja de abrir las fronteras de nuestro idioma al tiempo que somos capaces de fijar la norma. No será lo estricto de la misma, sino el sentido común que se le aplique, lo que ha de conducirnos al éxito.

III Congreso de la Lengua
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