Comunicación
Contra el exceso hagiográfico
Todo el mundo tiene claroscuros. Sin ellos no seríamos humanos. Nuestros vicios y virtudes dibujan una vida, con gloria y pesar. En la muerte de Fernando Lázaro Carreter la afición española por la hagiografía y la adulación se ha desatado con ese entusiasmo henchido de pasión por hacer grandes, quizá demasiado, a los hombres.
Dicen que no está bien hablar mal de los muertos, pero tampoco es bueno engañar a los vivos.
La mayor virtud de Lázaro Carreter fue su éxito en la divulgación, asaltar al lector descuidado desde los diarios para llamarle la atención sobre el buen lenguaje. La renovación de la Academia de la Lengua y sus
dardos son prueba suficiente de sus méritos.
Pero de lo oscuro de un hombre también se aprende.
Lázaro aburrió y agostó la pasión de un par de generaciones por la literatura. Su cháchara estructuralista y la rigidez de sus exposiciones hicieron de aquellos libros de lengua y literatura de la editorial Anaya el peor arma contra la imaginación y la pasión literaria.
¡Que levante la mano quien aprendiera a gustar de la literatura con aquellos tochos insufribles!
Muchos precoces lectores odiaron los libros y autores que el académico glosaba. Nos aburrió sobremanera y mató el gusto del descubrimiento superestructurando a los escritores hasta hacerlos retratos rígidos y quebradizos como el papel de los libros que editaba Sánchez Ruipérez, patrón y mecenas del lingüista.
Sólo le debemos el impulso hacia autores no machacados en sus manuales.
¡Gracias por empujarnos a los nuevos, a los no glosados!
Más tarde, Lázaro Carreter fue el gran vigilante del proyecto periodístico del editor Germán Sánchez Ruipérez para llegar a ser tan conocido y notorio como Jesús Polanco. El editor de
El Sol colocó a su académica mano derecha en el consejo del desaparecido diario.
Lázaro Carreter maniobró entonces tan despiadadmente como sólo un estructuralista puede hacerlo: con la convicción de que lo humano no es sino otra estructura más, como la imaginación, y con la intención de usar el periodismo para el poder, su auténtica pasión.
Quienes por allí pasamos supimos siempre de sus exigencias, nunca de su maestría. Oímos demandas, nunca consejos (excepto unas hojas volanderas con advertencias delirantes e impracticables). Órdenes –que desobedecimos–, no sugerencias ni debate, que despreciaba.
Eso sí, colocó a periodistas en la Academia.
Claroscuros de una vida no tan gloriosa como la que canta esta moderna pasión por las gestas y la virtud.
Descanse en paz.
Búsqueda en Google: "Lázaro Carreter"
El Correo | Muere Lázaro Carreter, el guardián del idioma castellano
Fundación Germán Sánchez Ruipérez
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