Se acabó. España ganó el Mundial. Y el portero Iker Casillas lo celebró con un beso en pantalla a Sara Carbonero, su novia y periodista de Telecinco. Para muchos el mejor resumen de la alegría por la victoria. El beso de España, dicen algunos con esa grandilocuencia tan propia de las gestas deportivas. Para otros, uno de esos momentos estelares de la televisión que se repetirá hasta el infinito en las cadenas y en la web. Para algunos, el triunfo de la telerrealidad sobre el periodismo deportivo. El papel de Sara Carbonero en la cobertura del Mundial fue polémico desde el inicio y criticado primero por la prensa británica -siempre ávidos de carnaza- y por el presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid, Fernando González-Urbaneja. Manifestaciones a favor y en contra se sucedieron con todo tipo de argumentos y ayer Casillas reivindicó su juego y a su novia con un beso espontáneo e inesperado. Pocos momentos así ha dado la televisión y hasta muchos besos míticos del cine pueden quedar olvidados ante un momento que da para una película, al menos para una telemovie. Casillas se lanzó y la reportera quedó descolocada. Ni Romeo declarando su amor a Julieta ante el mundo y la sangre irremediablemente condenada. Gran momento. Pero no exento de consecuencias para el periodismo deportivo, ese género contaminado de marketing, intereses comerciales y económicos de los propios medios. Un tipo de información emocional que ha llegado a su culmen con un beso. Telecinco no quiso ni pudo esperar y al rato el beso ocupaba un lugar preferente en la web de la cadena, con versión del vídeo en Silverlight o Flash, las dos tecnologías utilizadas para retransmitir los partidos del Mundial en la web. En el beso de Iker y Sara confluyen algunas tendencias de los medios y la información más allá del arrebato del capitán de La Roja. Todo es telerrealidad. La televisión es así, su mejor baza es la retransmisión de la vida en directo. De la vida o de esa imitación que los propios realities crean y que se desmarca de los viejos cánones de la parodia o la sátira porque desdeña la crítica y se mece en la complacencia y el negocio. La vida publicada. La vida privada es cada vez más pública. Esa tendencia que avanza en las sociedades posmodernas es imparable. Encuentra vehículos y transmisores en los medios tradicionales o internet y se hace masiva en las redes sociales. Mitos humanos, metrosexuales. El gesto de autoafirmación de Casillas tiene mucho más que ver con la adrenalina y la emoción de la victoria que con las identidades de dominio público en la red social. La reivindicación de la pareja después de su exposición a medias oculta, pero también explotada por todos los implicados muestra el poder del marketing, las debilidades y el misterio de las emociones. Aventura esta época de hiperrealidad -por impostada que sea- alternativa al reinado de parejas de diseño como las de David y Victoria Beckham y mejor interpretada por esa fusión denominada Brangelina (¡qué gran marca!). No veo en Casillas el héroe fashion de Beckham ni en Carbonero (por ahora), la descarada planificación de Victoria Spice Adams (que me corrija Bob Pop, si acaso). Habrá que esperar. El periodismo es otra cosa. Parezca lo que nos parezca el beso de C&C, el periodismo sale maltrecho. El negocio, boyante. De romances y aventuras entre fuentes y periodistas se puede llenar una enciclopedia. En España algunos son muy recientes y su senda habitual ha sido la salida del periodista del trato directo con el objeto del deseo o del amor. Casos hay de cambios de sección y cobertura profesional y hasta otros de renuncia al periodismo para recatarse en gabinetes de comunicación y otros puestos no informativos, aunque sea con ayudita de los medios o del más poderoso de la pareja. Sara Carbonero ha seguido pegada al palo de la portería y con el micrófono listo para las entrevistas tras los partidos. El beso era casi inevitable. La furia de la Roja perdería brío sin ese donjuanismo tan patrio y pegajoso. Nada que ver con el periodismo. Esto es espectáculo. Esto es televisión. Sin más. A lo mucho, aquel infotainment tan denostado tiempos atrás. Que nadie se rasgue las vestiduras. Tampoco exégesis y exageraciones. Los actores son mayorcitos, están acostumbrados a estar ante los focos y saben a qué juegan. Los que cuidan del negocio sonríen. Lo mejor del beso es su espontaneidad. Su realidad carnal de aquel humano, demasiado humano que Nietzsche recordaba cuando decía que la piel del alma son las emociones y pasiones envueltas en vanidad.
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