Silenciar a los lectores no es la respuesta
Comunicación

Silenciar a los lectores no es la respuesta


Cuando los lectores sobrepasan a un medio, el miedo y la soberbia son casi insoportables. Cuando el error se descubre la autoridad de los medios tiembla, pero más dentro de las redacciones que fuera.
Los lectores ya no creen en la infalibilidad del periodismo. Les basta con conocer su grado de honradez y su capacidad para ofrecerles información relevante y adecuada a sus preocupaciones e intereses.
Cuando el monopolio de la comunicación acaba, los mantos de silencio para acallar a los incómodos acaban cubriendo a quienes los promueven.
Esé será el castigo de The Washington Post. La edición digital del diario norteamericano ha decidido cerrar los comentarios de los lectores en el blog del director de WashingtonPost.com, Jim Brady. La causa es el aluvión de críticas recibido tras una información sobre el escándalo del tráfico de influencias del lobista Jack Abramoff donde se acusaba a republicanos y demócratas de recibir dinero por igual.
El diario no ha soportado las críticas y a pesar de ser uno de los pioneros en abrirse a los lectores ha cerrado los comentarios y se ha negado a responder varios cuestionamientos.
Si la conversación no te gusta, silencio. Si los periodistas cometen algún error o son manipulados por las fuentes, silencio.
¿Es la tarea de un ombudsman averiguar las razones de las preocupaciones de los lectores o defender a los redactores y al diario? La mayoría acaban haciendo lo segundo para mayor escarnio y vergüenza. Es una de las razones por las que muchos directores siguen negándose a nombrar defensores del lector.
El director de washingtonpost.com promete en su blog "discutir políticas del sitio, diseño y objetivos", pero el cuestionamiento de las informaciones excede su paciencia, su capacidad de respuesta y los límites de transparencia de la empresa.
The Washington Post, no sólo su diario digital, pierden otra batalla de credibilidad.
La última columna de la defensora del lector (ombudsman), Deborah Howell, ha empeorado más las cosas al defender la información de Susan Schmidt, donde no se demuestran donaciones directas a los demócratas y sólo que cierto dinero les llegó a través de empresas relacionadas con la trama.
El propio Howard Kurtz, reputado experto sobre periodismo y medios del Post, ha admitido que la ombudsman se equivocó. Debería haber dicho que "algunos demócratas han recibido dinero para la campaña de clientes de Abramoff, y que esto puede haber sido orquestado por el lobista". "Incluso el director de National Review (órgano periodístico de los republicanos) dice que se trata fundamentalmente de un escándalo republicano", recordó en un chat con los lectores.
Media Matters for America, una organización demócrata de vigilancia de los medios, salió en defensa de los demócratas demostando que las donaciones directas no existían, aunque sí las de las tribus indias implicadas en el escándalo Abramoff.
La ombudsman del Post, Deborah Howell, explicó en un mensaje interno que no contestaría a las críticas de Media Matters.
La credibilidad y la transparencia del Post por los suelos. El intento de establecer una conversación con los lectores, de reflejar la conversación de los blogs, acaba en un escándalo mayúsculo donde el miedo, la soberbia, la parálisis defensiva contra las críticas proyecta sospechas sobre muchas informaciones.
La mayoría de los grandes medios no están preparados para una vigilancia constante y una expiación inmediata de sus errores.
Pero callar, silenciar la conversación es un error, porque sigue al margen de los medios y los deja sin posibilidad de respuesta y mientras son más cuestionados.
El periodismo no es infalible, su verdad es la verdad práctica que se puede alcanzar en cada momento, como dice Jack Fuller, ex director del Chicago Tribune. También Walter Lippmann distinguía claramente entre noticias y verdad: "la función de las noticias es resaltar un acontecimiento". Por eso es una disciplina de verificación donde el error y el sesgo asaltan a cada momento.
Lo importante no es creerse infalibles y no admitir el error o la manipulación de las fuentes. La credibilidad está en saberlo e intentar hacerlo mejor mañana. Callar nunca es la verdad y los ratoncitos ciegos y sordos sólo son más sospechosos. Y a menudo más culpables.

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